NUESTRA CABAÑA
Durante varios meses, hemos pasado mucho tiempo en nuestra cabaña. Hemos trabajado, convivido con familiares, hijos, o tal vez hemos aprendido a pasar tiempo con nosotros mismos. Hemos cambiado casi todas las formas de interacción personal, hemos organizado cenas vía videoconferencia, y hemos plagado las redes sociales, quienes se han convertido en una más de la familia, durante este tiempo. Hemos aumentado el gasto en dispositivos tecnológicos (ordenadores y tablets sobre todo) en un 50%, hemos cambiado muebles y estructura de nuestra casa para poder trabajar, hacer llamadas, que nuestros hijos estudien junto a nuestra mesa de trabajo. Hemos invertido en cosas que jamás habríamos imaginado (y quizá también nos hemos llegado a conocer como no hubiéramos imaginado jamás). Nuestra cabaña perfecta, desde la que lo hemos seguido teniendo todo (y mejor) y en la que hemos estado seguros. Muy cansados de estar encerrados (dependiendo de las circunstancias de cada uno), pero con la seguridad de “si no salgo no me contagio”.
En estos meses, hemos vivido muchas emociones, muy intensas. Ha sido un periodo excepcional que nos habrá cambiado a todos y desde el que no veremos nunca más el mundo como lo veíamos en febrero de 2020. Las emociones que hemos vivido, sin duda, han sido muy intensas: miedo, incertidumbre, soledad, enfado, tristeza, pena… y todas ellas las hemos pasado en “nuestra cabaña”, entre esas paredes. Los aprendizajes llevados a cabo en momentos emocionalmente impactantes se “graban” con más fuerza en nosotros, y no son sólo los aprendizajes cognitivos, académicos o escolares, no. Son también los aprendizajes conductuales, certezas y reflexiones que elaboramos. Por tanto, nuestra cabaña se ha convertido en un espacio seguro, lleno de diferentes estados emocionales, y por tanto, hemos generado un importante vínculo.
NUESTRA SOCIEDAD
Hemos observado un fenómeno de gran interés y relevancia en estos días: Por una parte hemos vivido desde muchos rincones con un marcadísimo “sesgo de expectativa social”, es decir, hemos hecho las cosas porque creemos que es lo que la sociedad esperaba de nosotros: quedarnos en casa, trabajar (muy orientado al personal sanitario) en unas condiciones relativas según se ha podido ver en diferentes medios de comunicación y a raíz de sus propios testimonios, criticar al que salía de casa, etc. Algo que nos ha generado una importante sensación de colectivo ya que “todos hacíamos lo mismo”, desde “nuestra cabaña” es decir, desde nuestra seguridad. Este aspecto no deja de presentar un elevado interés a la hora de estudiar las muchas variables que pueden acentuar ese malestar, ese síndrome de la cabaña pues, irónicamente, volviendo a la vida normal (al menos a la que estábamos acostumbrados) perdemos esa sensación de comunidad “segura” en la que nos encontrábamos. Sin duda una gran falacia que puede resumirse en “estando en nuestra soledad formábamos parte de un gran grupo, pues hemos sido una férrea unidad”.